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Descubriendo la Bienal de Venecia 2013 (I)

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bienal1¿En qué mundo vivimos? ¿Cómo podemos activar una reflexión sobre el mismo? Una de las interpretaciones más comunes actualmente es entender la realidad devenida (del?) macroarchivo, continuamente en construcción. Esto enlazaría con aquella historia de una ambición que Blumenberg recogió en los últimos capítulos de La legibilidad del mundo, que ya desde Novalis, que se propuso escribir un “libro absoluto” (visto como una “enciclopedia” o una “biblia”), se puede rastrear hasta Humboldt, quien con Kosmos intentó la “descripción del universo físico”. ¿Es esto lo que ha entendido Massimiliano Gioni, el director de la Bienal de 2013, para hablar de nuestra realidad cuando anunció El palacio enciclopédico? Al hacerlo, ¿entenderá todo bajo un punto de vista virtual?

La Bienal de Venecia es siempre un microcosmos que refleja la realidad, ilusoriamente sí, pero también de forma privilegiada, y este año se ha entregado al sueño enciclopédico. La apuesta supone un cambio de mirada respecto a la década pasada. El bienalismo como búsqueda de lo nuevo, bautizado por el crítico del New Yorker Peter Schjeldahl como “festivalismo”, ha derivado hacia un bazar de novedades donde el mercado suele mandar. Afortunadamente no es así este año. El propio Massimiliano Gioni reconoce lo que afirmaba Francesco Bonami: «la tuya es una anti-bienal, porque se parece más a un museo».

Esta bienal ya prometía algo distinto desde el momento en que se presentó a prensa, no en el Ministerio para los Bienes y las Artes Culturales italiano, sino en la Biblioteca Nacional Central, un templo del saber desde el que también situarse en cierta “marginalidad” respecto a lo que solemos entender por arte contemporáneo, aproximándose a otras heterodoxias.

El mismo Gioni admite una afinidad con el Jean Clair de 1995, en una línea “historiográfica” dentro de la que son alojados distintos objetos, no todos artísticos, pero intentando evitar el conservadurismo que se le achaca a Clair. Su trabajo sigue la lógica de libros como Antropología de las imágenes de Hans Belting, que propone un tipo de análisis en el que las obras de arte son vistas en diálogo con otras formas creativas para construir una más amplia cultura visual.

El periplo por la exposición debería empezar en los Giardini y terminar en el Arsenale, pero trataré las dos exposiciones como dos lugares complementarios más que consecutivos, con una sensibilidad y un gusto tipológico similar, pero con dos puntos de partida diferentes, que marcan el universo de cada uno de los espacios.

En el Arsenale es el Palacio Enciclopédico de Marino Auriti quien nos da la bienvenida. Desde el inicio se puede apreciar el corte intelectual, sus dificultades, pero también la percepción de insospechadas cercanías entre obras tan diferentes. La declaración de intenciones se basa en la ilusión utópica de acaparar el conocimiento para percibir la complejidad de nuestro mundo, proponiendo nuevos órdenes, quizás la imposibilidad de un sueño, pero también la fascinación que siempre existe en la misma dificultad. Y lo realiza siguiendo un recorrido marcado por una taxonomía clásica, a veces interrumpido –sobre todo por la cuestionable inclusión de Cindy Sherman como comisaria, quizás más acorde con los universos personales del Pabellón Central de los Giardini– y no concluido, porque la pulcra pieza de Walter de Maria no supone un punto de llegada.

Se impone así una visión de conjunto sobre los grandes golpes de escena, con autores seleccionados tras una considerable investigación, que da a conocer también a varios artistas jóvenes interesantes. Nos seduce para desentrañar una intención: lo importante es crear una historia, no corriente, quizás tampoco un discurso, pero sí un intenso universo en el que sumergirse.

Por poner algún ejemplo, Camille Henrot muestra esta ambición de clasificar y archivar el conocimiento en su vídeo, que repite como letanía un “In the beginning”, en sintonía con el Génesis de Robert Crumb, las sorprendentes proyecciones de un japonés autista, y con el pabellón primerizo de la Santa Sede; sí el Vaticano también tiene pabellón, digno y eje peculiar, puerta con puerta con el pabellón argentino, creando una curiosa geopolítica más en el interior de la Bienal.

Pero volviendo a Gioni, sorprende que no caiga en el macrouniverso de Internet como único lugar posible para la utopía enciclopédica. El mundo digital es tratado sutilmente por Stan van der Beek, Mark Leckey y Ryan Trecartin casi al final del Arsenale, marcando ese volumen máximo del “saber todo” con Trecartin, una ontología de la imagen en la era digital gracias a Lecky y un sistema proto-Internet con van der Beek, que en su conjunto son una metáfora de la tecnología, más que un dar protagonismo a la misma, rastreando los orígenes del exceso actual de información. Este tránsito no lineal de lo natural a lo digital queda en segundo plano frente a la construcción de una trama, establecida a través de un corte combinatorio, quizás el único posible para tanto postmoderno.

En el Pabellón Central de la Bienal en los Giardini se enfatiza algo que puede rastrearse en gran parte del discurso de Gioni: la importancia que da para su historia a las miradas interiores, personales, que hacen de lo subjetivo la medida del mundo y que nos invitan a mostrar “lo invisible”. Aquí el punto de partida es el Libro rojo de Jung, elaborado a lo largo de 16 años por el psiquiatra para volcar en él sus sueños y fantasías.

Da pie a las pizarras preparatorias de Rudolf Steiner –que tanta influencia tuvo sobre artistas como Beuys–, a las que acompañan los performers de Tino Sehgal, premiado este año con el León de Oro. Son muchas y variadas las construcciones, desde las imágenes sobre las expediciones científicas de la española Paloma Polo con The path of totality hasta Soulou, que se convierte en la ilustradora del universo de Borges o Londono, que transcribe los diarios de Kafka, en medio de estudios de nuestro entorno, obsesiones personales, colecciones de sueños, recopilaciones de inquietudes y delirios… De esta forma, el corte transdisciplinar es todavía más palpable en este espacio, donde locura, arte, ciencia, religión, esoterismo… son considerados por igual como descripción de experiencias que ayuden a crear una penetrante imago mundi.

Artistas, muchos de ellos jóvenes y outsiders, y numerosas obras conviven hasta llegar al vídeo de Artur Zmijewski, donde invidentes dibujan el mundo. Uno de los personajes de este vídeo resume su sentir, pero podrían ser palabras de Gioni: «es un paisaje en mi mente», dando la medida de una de las bienales más “ex–céntricas” y sugerentes que se recuerdan, más como estímulo para la imaginación que como complaciente puerto al que arribar.

Las críticas no faltan, desde quienes están acostumbrados a exposiciones convencionales, y aquí se pierden, a aquellos desilusionados buscadores de impactos estéticos. Hay quien la acusa de ininteligible, aunque cuenta con amplias y detalladas cartelas, y ya se han citado ciertas “fallas” en el Arsenale, sin embargo, no cabe duda del coraje de Gioni que, como mínimo, nos invita a un inteligente ejercicio de reflexión, que incluso ha provocado una considerable pérdida de protagonismo del entramado de pabellones nacionales y eventos colaterales.


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